martes, 10 de noviembre de 2009

Páginas de ARENA

Todos nacemos con "algo" que nos hace únicos.
Un botón que libera pasiones, talento, diversión, magia y que acaba por dar sentido a nuestra existencia.

Luisa lo tuvo claro de pequeña. Le molaban los castillos de arena. Tanto era así que siempre que iba a la playa liberaba su imaginario a base de pala, cubo y arena. La familia, rendida, se entregaba a lo que pedía la niña para completar su obra.

De los castillos fue evolucionando a reproducciones más insólitas, un armario, el habitáculo del coche de mamá, un parking de naves espaciales, una tienda de golosinas, la sección de paquidermos del zoo de su ciudad y hasta un bosque entero con sus árboles, arbustos, ardillas, conejos y hormigas.

El placer de construir era tal que al acabar la obra se daba media vuelta y se marchaba sin más. Ni una mirada de contemplación, ni una foto, ni tan solo posar ante la mirada abstraída de los bañistas, visitantes y paseantes que se congregaban ante la magnitud de los escenarios montados.

Luisa fue creciendo y consigo su pasión y destreza. En lo referente a su trayectoria profesional, todo el mundo le animaba hacia profesiones como ceramista, maquetista, arquitecta, incluso hubo quién le propuso ser diseñadora de parques y jardines por sus dotes creativas.

Poco a poco fue descartando cada una de las profesiones indicadas. Lo que realmente le fascinaba era la poca o nula temporabilidad de su obra. Sabía que volviendo una semana después se encontraría la playa como una hoja en blanco, lista para ser escrita de nuevo.




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