lunes, 9 de marzo de 2009

Barcelona en zapatos

Ejercicio de la asignatura de Creatividad del Máster dónde a partir de esta foto habíamos de redactar la historia q hubo detrás.



Un día soleado mientras disfrutaba de un pícnic en un parque de Australia, Anís leyó en el periódico q en Barcelona la gente intercambiaba libros dejándolos en los espacios públicos de la ciudad. La idea le fascinó muchísimo y la quiso readaptar, en vez de cambiar libros cambiaría... Zapatos.
Con ese propósito se trasladó a Barcelona a estudiar su último curso de Filología Esquimal.
Dejó zapatos en parques, en árboles, en paradas de bus, lavabos de bares de noche, en la playa, en el bosque de la montaña de Montjuic, en el Zoo, en jardines
privados-públicos-botánicos, en las Ramblas y en recintos universitarios.
Para evitar q se desparejaran ató los cordones y en el caso q no tuvieran los unía con una cuerda fina comprada a propósito.
En el segundo mes, excitada, fue pasando por cada sitio dónde había dejado alguno de sus zapatos pero sin encontrar ninguno a cambio. Por un instante temió q la gente los hubiera tirado al contenedor de la basura, ya lo tenía asumido cuando vio un par de zapatos desconocidos debajo de la Fuente de Canaletas. Emborrachada de entusiasmo se los cambió allí mismo dejando los q llevaba sin atar.
Los meses fueron pasando y poco a poco la ciudad se fue llenando de zapatos femeninos en sitios dispares. Las mujeres q se movían por Barcelona se lo tomaron como un hábito normal y Anís estaba encantada ya que le permitía lo q siempre había soñado: llevar en un día hasta 10 tipos de zapatos diferentes sin haber de ir a cambiarse a casa.
De repente, un día vio en la boca de un perro uno de los zapatos q no recordó atar. Instintivamente fue a hablar con el hombre q lo paseaba para explicarle la situación. El hombre le contestó, en un tono poco amigable, q por su culpa su esposa estaba obsesionada con la idea y que en vez de ir dejando los zapatos en la calle ella se los quedaba todos. El punto es que ya habían llenado la habitación del hijo. Anís con ganas de seguir extendiendo su propósito y para suavizar la situación le propuso q los uniera, que ella misma se encargaría de repartirlos por diferentes ciudades del mundo.
Más calmado el hombre le comentó q no fue su esposa quién encontró ese zapato en cuestión sino el perro y q desde ese día éste no salía de casa a pasear sin ese zapato en la boca.

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